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FUENTE: DIARIO LA REPÚBLICA

La izquierda peruana hoy e hipótesis de construcción para el nuevo periodo

Johnatan Fuentes y Daniel Siguas

Publicado: 2018-01-27

Desenlace frentista y el reformismo de nuevo tipo 

Tierra y Libertad y el movimiento Nuevo Perú aparecen como expresión de una izquierda renovada frente a formaciones más tradicionales de este mismo campo político. Ambos plantean un ideario que va más allá de la agenda nacional-popular, una práctica política y organizativa que hace énfasis en la democracia interna y los liderazgos múltiples, y una nueva forma de relacionamiento con las organizaciones sociales contraria a la lógica de “correas de transmisión” y el sustitucionismo que caracterizaron la actuación de los partidos de izquierda dentro del movimiento sindical y estudiantil en décadas anteriores.

El surgimiento de ambos espacios, aun cuando la formación de Nuevo Perú es mucho más reciente y estuvo condicionada por la política electoral, no puede explicarse sin los procesos de movilización que se abrieron en los últimos años contra el extractivismo, el neoliberalismo y el autoritarismo estatal.

Tierra y Libertad fue formado en el 2010 y tras sus primeros años, representó la oportunidad de construcción de un partido de izquierda radical, en términos ideológicos, programáticos y organizativos, donde el ecologismo y el feminismo sean asumidos sin perjuicio de actualizar una crítica radical del capitalismo. Sin embargo, la convergencia de distintas corrientes y tradiciones no estuvo exenta de tensiones: finalmente, de las múltiples identidades que se proclamaron, una, la ecologista, fue la que definió el perfil del partido, mientras que el resto estuvo prácticamente ausente de la reflexión partidaria así como de la acción política proyectada hacia afuera. En el caso de la “identidad socialista” del partido, esta se asoció a nociones generales de igualdad y de justicia social, pero carentes de un marco teórico así como contenido político-social clasista, por lo que pronto quedó reducida a un cuestionamiento moral de los efectos del capitalismo. A ello habría que sumarle el hecho de que la propuesta ecologista quedó circunscrita a las luchas rurales en defensa del territorio y del medioambiente, sin dotarla de un contenido relevante para los sectores urbano-populares.

Con la salida del sector liderado por Marisa Glave y Pedro Francke (tras perder la disputa por la hegemonía que se venía dando al interior de ese partido), así como también de militantes que no se sentían identificados con ninguno de los bloques en disputa, el núcleo dirigente de Tierra y Libertad decidió continuar con el Frente Amplio, junto a Sembrar, el Movimiento de Liberación 19 de Julio, la Coordinadora Nacional Progresista y otros grupos. Lamentablemente, esta nueva etapa de construcción frentista fue entendida por el núcleo dirigente de Tierra y Libertad como una extensión de su crecimiento partidario, burocratizando el espacio y ahogando la posibilidad de que se convierta en una herramienta política amplia y con arraigo en las clases populares (1).

El proceso de formación de Nuevo Perú comenzó a inicios del 2017, impulsado por sectores salidos de Tierra y Libertad y de Sembrar (tras duras pugnas al interior de estas organizaciones, que terminaron por desgastar a uno y otro lado), así como por el Partido Socialista -cuya apuesta por la candidatura y el liderazgo de Veronika Mendoza estuvo clara desde un inicio y fue el principal móvil de la participación de dicho grupo dentro del Frente Amplio-, el partido Pueblo Unido, el movimiento del congresista Manuel Dammert y otras agrupaciones.

Este movimiento se caracteriza por un cuestionamiento al neoliberalismo y por enarbolar posiciones progresistas, feministas y democratizadoras (“recuperar la democracia y el Estado”). Sin embargo, junto al reconocimiento de los derechos y libertades de las mujeres y de la comunidad LGTBI, la propuesta de este espacio se centra en la democracia participativa, la regulación de los mercados y la redistribución del ingreso, sin analizar los límites y falencias estructurales del capitalismo. De allí que sea válido preguntarse si la “recuperación de la democracia” que se plantea, termina superando al régimen capitalista, o si por el contrario, emergerá de las propias instituciones liberales. Hasta ahora, la actuación de Nuevo Perú en el congreso de la república no ha dado muestras de querer ir más allá de los marcos de la institucionalidad democrática, descartando una política de protagonismo y movilización popular más allá de los discursos de sus dirigentes o referentes públicos.

El discurso de Tierra y Libertad y de Nuevo Perú apela a combinar la participación electoral con la movilización social para iniciar un proceso de “radicalización de la democracia”. Sin embargo, su relación con los sindicatos tradicionales (como la CGTP, el SUTEP y otras federaciones) es casi nula y no han logrado tener una verdadera inserción y construir bases sociales en las clases populares. Si bien no han terminado por integrarse en el aparato estatal ni por cristalizarse en aparatos burocratizados del movimiento sindical (como ha sucedido con la socialdemocracia y con no pocos partidos comunistas de diferentes países), sí han sido rápidamente absorbidos por la dinámica parlamentaria y no han logrado, más allá del discurso, posicionarse como referentes de movilización social por fuera de los aparatos institucionales.

De allí que, tanto Tierra y Libertad como el movimiento Nuevo Perú sean expresión de un reformismo de “nuevo tipo”, caracterizado por un cuestionamiento del neoliberalismo que no se plantea transformaciones profundas, y por una propuesta de “radicalización de la democracia” de corte institucionalista y gradualista, que no implica rupturas con el régimen capitalista.

El reagrupamiento de la izquierda tradicional

“Juntos por el Perú” es el nombre de la nueva coalición de centro-izquierda constituida a partir del registro electoral del Partido Humanista (cuyo líder, Yehude Simon, fue primer ministro del segundo gobierno aprista y candidato a vice-presidente con Kuczynski y el derechista Partido Popular Cristiano en el 2011), y de la cual participan también el Partido Comunista - patria roja, el Partido Comunista Peruano, Fuerza Social, Ciudadanos por el Cambio y el Movimiento por el Socialismo. Fuerza Social y Ciudadanos por el Cambio son organizaciones de centro-izquierda de planteamientos socio-liberales y nacionalistas-republicanos, mientras que en el caso de los dos partidos comunistas, pese a su “comunismo” identitario, no tienen una línea de ruptura con el sistema capitalista y carecen, por tanto, de una reconocida perspectiva revolucionaria.

Estas formaciones tradicionales de la izquierda institucional, a la sombra de sus posiciones anti-neoliberales, insisten desde hace varios años en establecer alianzas con partidos y políticos de la centro-izquierda y del llamado “centro democrático” sobre la base de la ilusión en una gestión no-neoliberal de la economía y del Estado (que es el camino recorrido por los partidos de izquierda que terminaron integrándose plenamente en la gestión del sistema capitalista); una expresión contemporánea de la línea de “colaboración de clases” con partidos del régimen.

Izquierda anti-capitalista y confluencias radicales

Durante muchos años, el anti-reformismo y el anti-electoralismo fueron los principales elementos de identificación de buena parte de la izquierda revolucionaria. Sin embargo, la actual coyuntura nos muestra claramente los límites de la construcción de organizaciones que se identifican como revolucionarias, pero que se crean y se mantienen en oposición al reformismo y al electoralismo. De allí que el reto para estas fuerzas sea salir de la marginalidad y la auto-afirmación, para convertirse en verdaderos referentes políticos para las clases populares.

No obstante, la construcción de organizaciones políticas que teniendo un programa y una estrategia revolucionaria, cuenten también con una real presencia e influencia en la sociedad y con posibilidades reales de disputar con los partidos del régimen, está aún lejos de lograrse. Se hace necesario entonces encontrar una mediación, una suerte de puente, entre la actual situación de pequeños núcleos revolucionarios sumidos en la dispersión y la marginalidad, y el objetivo de contar con “partidos revolucionarios de masas” con la relevancia descrita.

Sin embargo, para lograr contar con organizaciones de este tipo, no es suficiente reagrupar a las organizaciones revolucionarias existentes. Se trata también de incorporar a otras corrientes de izquierda anti-neoliberales y anti-capitalistas, así como activismos y colectividades radicales de los movimientos sociales: del ecologismo popular, el feminismo, la disidencia sexo-genérica, el sindicalismo, entre otros.

Partiendo de ello, creemos que es necesario crear formaciones políticas amplias que aunque no desarrollen un programa y una estrategia revolucionaria acabadas, no solo luchen contra la gestión neoliberal del capitalismo, sino que tengan una perspectiva radical y de superación del sistema, al mismo tiempo que consideran la magnitud de la crisis medioambiental y la importancia del cambio climático, la especificidad de la opresión de género y la opresión y despojo que sufren los pueblos originarios, y la necesidad de luchar por las libertades y derechos de las mujeres y la comunidad LGTBI. Una formación política amplia capaz de atraer a corrientes anti-capitalistas de diferentes orígenes y tradiciones, así como otros colectivos de izquierda, feministas y ecologistas radicales, activistas y núcleos del sindicalismo de clase, entre otros. En suma, se trata de crear una fuerza política amplia y significativa, en las que confluyamos todos los sectores que luchamos contra las distintas formas de opresión y explotación presentes en nuestra sociedad, que a diferencia de la social-democracia, la centro-izquierda y el activismo institucionalizado, rechazamos la lógica de gestión del Estado y la economía capitalistas, y en su lugar, afirmamos la necesidad de procesos de ruptura sobre la base de la lucha de clases y el protagonismo de los movimientos sociales.

Sin embargo, con la creación de formaciones políticas amplias debería garantizarse también la libertad de acción y de crítica de las distintas corrientes que actúen en su seno. Es preciso subrayar esto por cuanto la independencia organizativa y programática es vital para construir en este periodo histórico, caracterizado por la relación de fuerzas favorable al capital, el signo defensivo del movimiento popular y la hegemonía del reformismo dentro del campo de la izquierda. De lo que se trata, para quienes nos consideramos marxistas revolucionarios, es de construir, con amplitud y diversidad, un proyecto socialista, feminista y ecologista, a la vez que generamos mecanismos que nos hagan posible sostener y defender la perspectiva radical de dicho proyecto, estando conscientes de las contradicciones y diferencias que de seguro van a acompañar este proceso.

Ciertamente, la ruta de construcción de una formación política de izquierda radical, lejos de ser pacífica y estar trazada de antemano, plantea una serie de cuestiones que bien pueden ser motivo de apasionadas discrepancias e intensos debates: cómo construirse, o mejor dicho, cómo organizarse y cómo actuar de modo que se sea un referente para las mayorías populares, no una fuerza testimonial sino una herramienta útil para la lucha de los explotados y los oprimidos; el programa dirigido a transformar la sociedad, entendido no solo como un documento aprobado en un congreso o conferencia, sino como la orientación política en los diferentes temas y cuestiones del binomio opresión/emancipación; la relación con las instituciones, o dicho de otro modo, cuál es su papel en relación con el Estado: representar a los electores en las instituciones de gestión del sistema, u organizar a los explotados y oprimidos para derrocarlo; la relación con los movimientos sociales o cómo repensamos esta relación, en especial con sus sectores radicalizados y de izquierda, en un contexto de desconfianza y escepticismo hacia los partidos políticos, incluidos los partidos de izquierda.

Este artículo, lejos de querer concluir con una receta del éxito, espera abrir un debate que creemos necesario sobre las tareas y los retos que el actual periodo plantea a la izquierda revolucionaria, y específicamente, sobre las formas de construcción política que pueden ser pertinentes para salir de la marginalidad y ser herramientas realmente útiles para las luchas de la clase trabajadora y los sectores oprimidos.

(1) Si bien durante la crisis del Frente Amplio en el 2016, algunas organizaciones intentaron articular un bloque o polo socialista y radical dentro del frente, esta experiencia se disolvió rápidamente debido a que, en la mayor parte de sus actores, primó una lógica pragmática y cortoplacista de supervivencia, que los llevó a subordinarse al hegemonismo de Tierra y Libertad.


Escrito por

Daniel Siguas

Socialista. Abogado y sanmarquino tirapiedra. Miembro de Corriente Amaru. Algo cinéfilo y gustoso del rock.


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